- Surge a fines del sigo XIX en Alemania. De innumerables ramificaciones y matices, tomaron influencias de la pintura de los post-impresionistas Vincent Van Gogh y Paul Gauguin, cargada de sentimientos y concepciones en su utilización expresiva del color y la gestualidad del trazo. Los expresionistas también encontraron la fuerza expresiva que buscaban en el arte de otras culturas. Las esculturas y máscaras de África y Oceanía, de clara descendencia primitivista, representaron para los artistas europeos una valiosa fuente de inspiración.
- Este movimiento suele ser entendido como la deformación de la realidad para expresar de forma más subjetiva la naturaleza y el ser humano, dando primacía a la expresión de los sentimientos más que a la descripción objetiva de la realidad. Entendido de esta forma, el expresionismo es extrapolable a cualquier época y espacio geográfico. El objetivo es expresar las filias y fobias del ser humano. Para ello no se requiere de una buena técnica, ni siquiera de un resultado esteticamente bello. Lo importante es transmitir el sentimiento y la subjetividad. El fin es que el espectador que contempla, se sienta agobiado, asustado o deprimido, según el estado que se quiera transmitir. Utilizaban colores violentos.
- El estilo expresionista, que abarca las diferentes áreas artísticas como la pintura, la poesía, el cine o el teatro, se concreta en la rebelión contra la injusticia social.
- Artistas Representativos:
Edvard Munch (1863-1944): El estímulo más importante lo encuentra Munch en las imágenes simplificadas de las obras de Gaugain, que le servirán para transmitir la angustia y la soledad. Vivió angustiado, tuvo problemas psíquicos y esos sentimientos son los que volcará en su pintura.
En él la expresión surge como resultado de su vida atormentada. Siente predilección por la figura humana y las relaciones personales. Le obsesiona la impotencia del ser humano ante la muerte y la identifica con la mujer. Tiene una visión negativa de la vida, de la indefensión, de la soledad humana y del sexo.
Paul Klee: de formación musical, en 1898 se pasó a la pintura, denotando como Kandinski un sentido pictórico de evanescencia musical, tendente a la abstracción, y con un aire onírico que le llevaría al surrealismo. Iniciado en el Jugendstil, y con influencia de Böcklin, Redon, Van Gogh, Ensor y Kubin, pretendía como este último alcanzar un estado intermedio entre la realidad y la ensoñación ideal. Más tarde, tras un viaje a París en 1912 donde conoció a Picasso y Delaunay, se interesó más por el color y sus posibilidades compositivas. En un viaje a África en 1914 con Macke se reafirmó su visión del color como elemento dinamizador del cuadro, que sería la base de sus composiciones, donde perdura la forma figurativa combinada con una cierta atmósfera abstracta, en curiosas combinaciones que serían uno de sus sellos estilísticos más reconocibles. Klee recreó en su obra un mundo fantástico e irónico, cercano al de los niños o los locos, que le acercará al universo de los surrealistas –se han señalado numerosos puntos de contacto entre su obra y la de Joan Miró.
Georges Rouault: Sus obras más emblemáticas son las de desnudos femeninos, que tienen un aire amargo y desagradable, con figuras lánguidas y blanquecinas (Odaliscas, 1907); escenas circenses, principalmente de payasos, con aire caricaturesco, remarcando notablemente los contornos (Cabeza de un clown trágico, 1904); y escenas religiosas, con dibujo más abstracto y colorido más intenso (La Pasión, 1943). La obra de Rouault –especialmente las obras religiosas– tenía una fuerte carga de denuncia social, de increpación hacia los vicios y defectos de la sociedad burguesa; incluso en una temática como la circense enfatizaba su lado más negativo y deprimente, sin concesiones cómicas o sentimentales, con un aspecto sórdido y cruel. Sentía predilección por el gouache y la acuarela, con tonos oscuros y superficies salpicadas, en capas superpuestas de pigmentos translúcidos, con un grafismo de líneas rotas que enfatizaba la expresividad de la composición.
El Grito de la naturaleza y del hombre:
“Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, inexplicablemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza”.
Así describió Munch el momento que dio origen a “El Grito”, la obra más famosa de un ambicioso ciclo de pinturas: “El sufrimiento de la vida”. En esta serie pretendió expresar, con un lenguaje nuevo, sus experiencias sobre el amor, la enfermedad, la muerte y la naturaleza, constantes temáticas en su obra.
En “El Grito” podemos ver cómo una figura humana, situada en el centro, se tapa los oídos en un gesto desesperado de angustia. Su rostro, que recuerda a una calavera, y su cuerpo, están completamente deformados, como también lo está el espacio que lo rodea. Pero esta figura no está sola: un poco más atrás hay dos personas de negro, anónimas, que intensifican la inquietud de la escena. Todo tiembla ante ese grito, todo se desfigura porque forma parte de una realidad interior. El artista ha reproducido su vivencia de una forma completamente subjetiva, haciendo que nosotros oigamos también ese grito. Así expresa hasta qué punto las emociones determinan por completo nuestra percepción del mundo.
¿Sabías que…?
Hace poco más de un año, dos hombres armados entraron al Museo Munch de Oslo y robaron sus obras más famosas: “El Grito” y “Madonna”. En diciembre de 2005 fueron recuperadas.Colores y líneas “expresionistas”:
Esta obra fue precedente e influencia directa del movimiento Expresionista que surgió en Alemania en 1905. Con las mismas inquietudes vitales y actitud ante la sociedad que tenía Munch, este grupo adoptó su estilo y lo convirtió en uno de los primeros movimientos vanguardistas del siglo XX. El artista expresionista veía la pintura como un medio de desahogo, de expresión del sufrimiento humano y de las injusticias sociales. Del mismo modo que Munch, estos temas debían ser tratados a partir de composiciones agresivas, con colores fuertes y contrastados, y así llamar la atención del espectador.
En “El Grito” podemos ver cómo los colores son puros y arbitrarios: el cielo y el mar contrastan en una composición que no se corresponde con la percepción real de las cosas. El cielo se transforma en fuego y el mar queda indefinido por sus espirales violentas. Pero las formas ondulantes de la naturaleza y del hombre chocan con la perspectiva forzada del puente, que se alarga en diagonal hasta un lugar que no vemos. Estas líneas, y el espesor y pureza de los colores, son los que dan fuerza a la composición; todas las líneas convergen hacia el centro del cuadro: la cabeza que grita. La distorsión de todos los elementos se convierte en una técnica básica para conseguir el efecto deseado en el espectador. La sensación de temor y de angustia se nos contagia inevitablemente.
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